Después de leer a Margaret Millar he querido leer también a su marido. No estoy segura de que haya sido una buena idea. He disfrutado más de «Más allá hay monstruos» que de «El martillo azul» pero eso no tiene nada que ver con la calidad del libro. Tiene que ver con mi momento vital y mis creencias. Así que antes de empezar a hablar del libro voy a intentar quitarme de encima ideas y prejuicios. A ver qué tal va.
«El martillo azul» es la última novela de la serie con Lew Archer de protagonista. Fue escrita en 1976. Ross Macdonald moriría 7 años después, a los 68 años, víctima del Alzheimer y no parece que escribiera nada a partir de 1977. No tengo ni idea de como estaba Macdonald cuando escribió este libro. Tampoco tengo ni idea de si sus otros libros también lo son, pero este libro es triste. Todo es triste. Los personajes son tristes, todos. El paisaje es triste. La historia no puede ser más triste y deprimente. Los escenarios son tristes. Todo es triste. Triste y duro y sucio. Macdonald solo reserva un poquito de luz para una de esas conexiones entre personas, tan escasas, que hacen que uno sienta correr la sangre por sus venas y sienta el aire en sus pulmones y note el calor en su piel… Le agradezco profundamente que haya conseguido poner un poquito de amor en un libro lleno de envidia, odio, depresión, desesperanza y confusión.
Lew Archer va a una casa de ricos porque les han robado un cuadro y quieren que lo encuentre. Los ricos son los Biemeyer, Jack y Ruth. Un matrimonio que no se soporta. Tienen una hija, Doris, y parece que uno de sus amigos podría ser sospechoso de haber robado el cuadro porque, según la madre, tiene mala pinta y es una mala influencia para la hija. Doris Biemeyer es un veinteañera rica que está perdida en el mundo sin saber quién es ni a donde va ni nada de nada. Solo sabe que el lugar del que viene, su casa y su familia, es un estercolero.
El cuadro que tiene que buscar Archer es de un tal Richard Chantry. Un pintor medio famoso que se hizo medio famoso por desaparecer sin más. Un dia se levantó, le escribió una carta a su mujer y se fue. Ya está. Los Bienmeyer tienen algun tipo de relación con Chantry.
Archer se pone a investigar y de repente le aparecen más muertos, unos cuantos de ahora y unos cuantos de antes. Y entremedias conoce a una joven aspirante a periodista de sucesos, Betty Jo Sidon. Entre los dos investigan y van a encontrar mentiras y odios y apariencias y tristeza vital, mucha tristeza vital.
Hay pintores y mujeres de pintores, hay marchantes de arte y sus hijas, hay sectas, policias, estudiantes, infermeras y bibliotecarias. Hay un montón de gente en este libro. Y todos esconden algo o pretenden algo.
En esta novela, escrita en un lenguaje directo y duro pero con pinceladas de poesía como sucia, se habla de envidia, de qué pasa cuando uno intenta ser alguien que no es, de qué pasa cuando uno nace con unas circunstancias jodidas, de qué se hace con eso. Y de lo relativo del concepto circunstancias jodidas, también.
Ross Macdonald tiene diálogos magníficos que a mi me hacen pensar en las pelis en blanco y negro. Esos diálogos en los que se dice una cosa pero se están queriendo decir 100 cosas a la vez y tu pillas la que más te conviene. Esos diálogos en los que aunque se hable de cualquier tonteria se habla, en realidad, del bien y del mal y del origen de las cosas, de la esencia humana.
Parece una novela negra de esas de pim pam, en las que pasan cosas todo el rato y entran y salen personajes sin parar. Y sí, pasan cosas todo el rato y hay un montón de personajes, pero también sucede que todo eso que pasa y toda la gente que aparece están ahí solo para que el autor puede decirnos que uno es el que es, que un no puede escaparse de lo que es y que si hay alguna esperanza de ser alguien distinto es solo cuando se quiere a alguien de verdad, pero de verdad, de verdad.
He conocido a muchos cínicos en la vida y todos lo son porque la vida les duele demasiado y acaban por ponerle un filtro. Aunque ellos no lo sepan. Yo creo que este libro es para los cínicos del mundo, para la gente a la que le duele la vida pero sabe que en el fondo y al final puede que no todo esté perdido.
Dicho esto dos comentarios: Leed el prólogo de Fernando Marías porque está muy bien y los frikis de los libros nos reconocemos en él y ni caso al texto que hay en la contraportada al final. El aire del desierto no arde de traición, muerte, sexo y locura. Y no hace falta que Archer le encuentre el sentido al hecho de que un criminal haga del asesinato una obra de arte porque no hay ningún criminal haciendo eso. A ver cuando van a dejar que las contraportadas las escriban los que se han leído el libro en lugar de los del departamento de markéting.